Hace apenas unas semanas, en el marco de una conferencia dictada en un conocido think tank de Santiago de Chile, el director de nuestra firma reiteró que el desafío más extraordinario al que deben enfrentarse los liderazgos públicos actuales responde a la siguiente pregunta: ¿serán éstos capaces de convertirse en actores moderadores de los procesos sociales o van a seguir acomodados en el estilo normativo tradicional que les acabará situando al margen de este nuevo contexto? Del mismo modo que avanzamos en nuestro anterior artículo, añadimos aquí que la nueva narrativa contextual reclama que los liderazgos públicos atiendan a su capacidad de hacer aflorar una nueva forma de gobernanza democrática que, entendida como una articulación de contextos y procesos, integre un estilo más dialogante, modesto, elástico y solícito a la diversidad social. Ante un escenario en el que las fuentes de creación de valor público se han ampliado, resulta imprescindible asumir que la esfera pública debe ser compartida: los poderes se han difuminado, los sistemas de decisión se han pluralizado y las líneas divisorias entre lo público y lo privado se han ampliado. Y, por consiguiente, se hace necesario activar la red de actores, diversificarla, reforzar su densidad relacional y promover la intermediación desde lo que se ha acuñado como modelo relacional de acción pública. Los liderazgos públicos deben convertirse en gestores de las interdependencias de la red de actores, situando así su tarea fundamental en la coordinación y mediación de los sistemas sociales. Y esto significa, entre otros aspectos en los que ahondaremos en próximos artículos, que ya no es posible continuar ejerciendo durante más tiempo las formas de gobierno tradicionales sino que se debe explorar otras vías más adecuadas a las nuevas complejidades, que creen legitimidad cívica y ganen legitimidad relacional entre los actores. En definitiva, el ejercicio del liderazgo público y de la gobernanza tiene que ser entendido no solo a partir del cambio de la concepción de las políticas, sino también en la concepción y las funciones de los actores de la esfera pública. Porque si bien es conveniente aquí preguntarse desde qué tipo de liderazgo respondemos a este nuevo contexto, lo que sí está claro es que gestionar sigue siendo necesario. Pero lo que ya no resulta suficiente es conocer tan solo los cómo operativos –qué quiero hacer y cómo lo quiero hacer–, sino que también es esencial saber los para qué vitales de los liderazgos públicos. O, lo que es lo mismo, es imprescindible actuar y comunicarse desde dentro hacia fuera: hacer una pausa reflexiva para conocer para qué lo quiero hacer y qué sentido tienen mis actuaciones.

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